- Salvador Allende, septiembre de 1973 -
Artículo publicado en la revista digital de los CJC, Tinta Roja
Aunque los medios de comunicación de medio mundo fijen su atención estos días
en los atentados de la maratón de Boston y saquen a la luz fotografías de las
víctimas, y den a conocer sus nombres mostrando el duelo de sus familiares y
amigos, hay quienes no podemos dejar de estar alerta ante la situación que se
está dando en Venezuela tras las elecciones presidenciales del pasado 14 de
abril y en las que obtuvo la victoria Nicolás Maduro. Y es que por mucho que
aparezca en nuestras pantallas una madre llorando a su hija, una muchacha
inocente que, fruto de la casualidad, ha resultado muerta en un misterioso y
trágico atentado terrorista, y aún a riesgo de parecerle a alguien insensible,
tal imagen me deja completamente frío cuando al mismo tiempo otras víctimas,
éstas fruto no de la casualidad sino de una reacción organizada, son
calificadas por los medios de comunicación de “causas de un clima tenso en el
país”.
Ya son ocho los muertos que ha ocasionado la oposición caprilista, ocho seres
humanos que para la prensa internacional no tienen rostro, como tampoco tienen
nombre, ni familiares o amigos que los lloren. Para las cadenas y periódicos
que prestan apoyo a la derecha venezolana, los muertos de Venezuela sólo
valdrán algo si se los pueden atribuir al chavismo, por eso de momento sólo son
meras causas, los efectos de unos disturbios que podrían haber causado
infiltrados del gobierno de Maduro. Así de sucio juega la burguesía.
Normal, por otra parte, que actúen de esta manera, pues ese es su modo natural
de operar cuando se les agotan los mecanismos legales para hacerse con el
mando. Por más veces que el pueblo les rechace, los burgueses creen que tienen
el derecho y el deber de imponerse a sus voluntades. En sus mentes suena una y
otra vez aquella frase de Henry Kissinger que decía que “no hay por qué esperar
y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su
propio pueblo”. En Venezuela ya son 15 elecciones las que pierde la burguesía,
se han encontrado con un pueblo que está dispuesto a defender a su patria de
quienes no quieren más que ofrecerla en bandeja de plata al imperialismo
parásito. En este sentido América latina es como un perro apaleado, tiene ya tantos
golpes a sus espaldas que no puede más que gruñirle a todo aquel que se acerque
con la intención de hacerle daño. De lo malo se aprende, dicen. Por eso hay que
estar atentos y aprender de los golpes.
La historia ya nos ha enseñado en demasiadas ocasiones el mal perder de la
burguesía, y a qué recurre ésta cuando ya no le queda nada a lo que aferrarse.
A su expresión más salvaje: el fascismo. Durante los últimos días del gobierno
de Unidad Popular en Chile, la derecha, al haber agotado todas las vías legales
y tras emplear todo tipo de tretas para desestabilizar al gobierno legítimo –
desde setenta días de huelga en el mineral de cobre El Teniente hasta los
disturbios en plena calle que precedieron al golpe – no tardó en recurrir a la
dictadura terrorista abierta para derrocar a Salvador Allende y hacerse con las
riendas de un país al que bañaría de sangre durante 17 trágicos años.
Quizá no convenga ser alarmistas, tal vez lo que hemos de hacer es confiar en
el pueblo venezolano y en la gestión de su presidente, pero lo cierto es que la
situación le pone a uno con las orejas de punta. No bastó con que los
observadores internacionales dieran su diagnóstico de las elecciones al día
siguiente. No bastó con la expresión popular. No basta con perder, hay que llamar
al caos. Capriles dice que sus palabras nunca han llamado a emplear la
violencia, que el camino de la violencia es el del gobierno electo. Pero los
hechos le refutan. La quema de centros de salud y de sedes del PSUV parecen no
darle la razón. La persecución a la militancia revolucionaria, a simpatizantes
del fallecido presidente Chávez y de su sucesor, el ataque a sus viviendas o el
acoso a médicos cubanos y a trabajadores de la televisión pública tampoco se la
dan. Ni los policías disidentes con franelas rojas atacando a civiles para
culpar al gobierno o el llamamiento a una huelga general que ha acabado
resultando un rotundo fracaso. Sin olvidarnos de los ocho muertos. Esas ocho personas asesinadas y olvidadas por los medios en las calles de Táchira o
Miranda, en unas calles que aún llevan impregnado en su alquitrán el recuerdo
de abril de 2002, y que no han perdonado a quienes lo auspiciaron. Las calles
de un continente que tampoco ha olvidado, por si acaso, aquel 11 de septiembre
de 1973.
- Kevin Laden -