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martes, 24 de diciembre de 2013

SOBRE “INTOCABLE” Y LA RECONCILIACIÓN ENTRE CLASES

“Esta película es un canto a la vida”
- Spot de DKV Seguros -



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“No todo es blanco o negro”, suele ser esa una de las frases favoritas de ésta posmodernidad apaciguadora que casi siempre suele disponer de un bonito argumento para justificar cualquier atrocidad cometida por un sistema al que jamás osarán cuestionar. Y es que hasta en esta película que para nosotros, los marxistas recalcitrantes, tan bien plasma la tangible realidad de la lucha de clases (al menos en la premisa de su argumento), para el liberal “bienpensante” de pañuelo palestino comprado en Bershka no deja de ser una obra llena de coloridos matices. Claro que, para ellos precisamente está hecha esta película, pero sus protagonistas no dejan de ser, por un lado, un ex convicto acunado en la miseria y más negro que el carbón de las minas de Cerredo, y por el otro, un redomado aristócrata podrido de dinero y, a falta de un mejor símil, más blanquito que un yate de lujo recién lavado.

Con una realización de lo más decente y una fotografía impecable, se nos envuelve una historia cargada de doble moral e impregnada de un insoportable hedor a servidumbre y a racismo de clase que para muchos resulta casi imperceptible gracias al buen gusto de sus realizadores. Un relato plagado de tópicos en el cual, para gozo y disfrute de todo el que a día de hoy todavía siga viviendo en una confortable burbuja, se contraponen la chupa de cuero y el traje de etiqueta, el peta de marihuana y la cubertería de plata, el piso cochambroso y la galería de arte, o el hip hop inglés y el Preludio a la Suite para violonchelo nº 1 de Bach. Así se nos vende, como “una película de contrastes” y a modo de placebo para paliar los efectos devastadores de la crisis, esta tomadura de pelo para las clases populares, basada en una historia real, pero tan irreal como un cuento Disney y tan carente de valores que resulta sobrecogedor que tanta gente la haya alabado precisamente por su mensaje.

Estrenada en Francia en noviembre de 2011, un mes después de la designación de François Hollande como candidato a las elecciones presidenciales, esta película cayó prácticamente del cielo para perpetuar los dudosos valores de una izquierda cómplice con el sistema actual, pero que entonces pretendía erigirse como la salvación definitiva del pueblo francés. Se trata de la historia real de un inmigrante argelino (vaya, mejor lo cambiamos por un negro, que están mejor vistos que los árabes y nos recuerdan menos al dominio colonial francés) que casi por casualidad es contratado como personal de servicio por un multimillonario postrado de por vida en una silla de ruedas. La historia se vende sola y el melodrama está servido. Inmediatamente, ambos comienzan a forjar una entrañable y conmovedora amistad en la que el rico le ríe las gracias al pobre mientras éste último le limpia la mierda y le cambia los pañales. Por supuesto, el pobre le enseña al rico que el dinero no lo es todo en esta vida, mientras que el rico se da el capricho de comprarse cuadros por valor de 41.500 euros.

Como en toda historia que pretenda reconciliar al empleado y al amo, al explotado y al explotador, el acaudalado le ofrece una oportunidad al proletario desvalido para salir del atolladero, aunque sea este último quien le está poniendo literalmente la comida en la boca al primero. Inmediatamente tenemos a la crítica puesta en pie, aplaudiendo y moqueando ante tamaño ejercicio de hipocresía. “Magnífica, hilarante y humanista”, “una película que reconcilia lo irreconciliable”, alaban de este modo lo que se trata de la película más exitosa desde Bienvenidos al Norte, comedia de Dany Boon estrenada en 2008 (otra comedia en la que el jefe es tu amigo). Pero “Intocable” no reconcilia ni a razas ni a clases, “Intocable” más bien expone una realidad salvaje y la transforma en una jovial pachanga entre rivales. Formula los valores de un sistema económico despiadado y se burla descaradamente de sus consecuencias.




El film pretende hacernos sentir empatía por un multimillonario cuya afición a los deportes de riesgo lo dejó tetrapléjico para el resto de su vida. Por contra, nos muestra a un joven de los suburbios que tan solo pretende cobrar el subsidio de desempleo, caracterizado como una especie de Príncipe de Bel Air porrero que escucha rap y conduce a toda velocidad saltándose semáforos. Pero la realidad de ambos es bien distinta. El primero, a pesar de no tener movilidad de barbilla para abajo, cuenta con todo un equipo de ayudantes y asesores a los que paga por ser, en definitiva, sus sirvientes. Aunque no puede andar ni mover los brazos, se puede permitir el lujo incluso de tomar un avión privado para volver a practicar el deporte que lo dejó en el estado en que se encuentra, el parapente. 

¿Pero qué pasaría si invirtiéramos las tornas? ¿Y si fuera el muchacho de barrio obrero quien no pudiera valerse por sí mismo? Para empezar, no contaríamos con la moraleja infantil del cuento, “el dinero no da la felicidad”. Tampoco tendríamos una tragicomedia entre manos que fuera capaz de hacernos reír y emocionarnos al mismo tiempo. Tendríamos un verdadero drama con un joven minusválido de clase baja como protagonista y una familia sin apenas tiempo ni recursos luchando por sobrevivir, mientras se desvive por conseguir una ayuda a la dependencia. ¿Y dónde estaría el blanquito ricachón? Pues probablemente dando una fiesta en el enorme salón de invitados de su ostentosa mansión, sin saber siquiera de la existencia de su negrito. Y no, esas historias no venden tanto. 

Por suerte la historia es la que es, y gracias a ella ahora Francia cuenta con la película que estaban esperando los adeptos del macilento Partido Socialista francés. La cinta que ansiaba como agua de mayo la izquierda de la reforma del sistema de pensiones o de la invasión imperialista en Mali. Y también en el resto del mundo, quienes disfrutaron viendo a Morgan Freeman paseando a Miss Daisy y lo flipan con cualquier adaptación cinematográfica del Cuento de Navidad de Dickens, tienen aquí su nueva película favorita. 

- Kevin Laden -

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